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martes, 27 de noviembre de 2012

El Futuro (I)


A veces, sólo a veces, siento como mis sueños se encadenan. No puedo distinguir entre la nebulosa incierta del despertar y el final de un espacio angustioso.

Desde un tiempo a esta parte, el descanso nocturno no me resulta gratificante; digo más... preferiría estar despierta; al menos, podría dominar mi mente y alejarla de locuras que carecen de toda lógica. O quizá... no sea así, no lo sé, os contaré...


Estamos en el futuro, el futuro es ahora, ¡ya!.

¿Cómo empezó? ¡No lo sé ! De pronto, todo eran brumas, como una niebla intensa, difícil de respirar; el corazón latía enloquecido, ¿dónde estaba? ¿y con quién?.

Los recuerdos llegaban, lentamente. Alguien empezó primero, como un juego, había que experimentar. Eramos demasiados, sobraba mucha gente. África primero, era un buen lugar, la gente estaba acostumbrada allí a sufrir, a soportar cualquier cosa. La evolución del ser humano, en aquellas zonas, estaba a muchos estadios, las carencias alimenticias, no habían permitido el normal desarrollo de sus cerebros. ¡Buen lugar! para poner en práctica lo que desde hacía años se estaba gestando en los laboratorios.

Pero los virus son impredecibles, van y vienen, como las simientes que arrastran los vientos y dan vida. Pero...estas no, eran simientes de muerte, nadie se hizo responsable, ni siquiera tenían una vacuna para utilizar, simplemente para ellos, no pensaron que el horror se extendería, y la muerte sería un castigo demasiado bueno sólo para algunos. ¡Por Dios! Qué desolador.

Decían los climatólogos, los expertos en climas, en su última cumbre: si el clima cambia, aumenta en 4º, sólo quedará el 5% de la población mundial, el otro 95% morirá. Al ritmo que llevamos, sucederá hacia el 2.050. Qué absurdo, amig@s míos, ¡qué absurdo!. Y eso ya está aquí. ¿Cuántos grados ha ascendido la temperatura mundial? Ni siquiera eso sabemos.

Vinieron después las guerras, los choques frontales. Los eternos enemigos lucharon entre sí, a vida o muerte, y a muerte fue todo. ¡Qué curioso y a la vez terriblemente doloroso fue! Las creencias en lo intangible, en lo estrictamente individual, en lo que a nadie ajeno debería concernir, las religiones, y sus impactos, nos llevaron a la locura. Todos emplearon sus armas, químicas, biológicas, atómicas, qué importaba; el pensamiento colectivo era: si yo voy a morir, que muera el mundo conmigo.

De Palestina (llamada desgraciadamente Israel) no quedó ni piedras donde llorar. Todos los países de Oriente Medio se enzarzaron en luchas intestinas, mientras los inocentes morían, sin saber porqué.

¡Dioses del Olimpo! Qué angustia recordar. Todas las islas del mundo desaparecieron, y las costas de los continentes se hundieron bajo las aguas, en cuestión de días, sólo días. ¿Y el Japón? Algunas cadenas de TV que aún permanecían activas, mandaron a sus presentadores más importantes para que nos narrasen su espantoso final. ¿Qué fue primero?-¡y quién lo puede saber! Los maremotos, los seísmos, las explosiones incontroladas de sus centrales atómicas. Sólo aguas embravecidas, como enloquecidas, con festones de espuma negra, se podían observar a lo lejos. El cielo, estaba cubierto de nubes rojizas que se abrían y dejaban caer una lluvia de llamas brillantes, que abrasaban...

Y mientras...sucedieron otras cosas... Las religiones basadas en un Dios único, perdieron a su clientela. No podían permitirlo. Hubo un Sínodo y se unieron, lograron forjar un remedo único, válido para todos; sí eso pasó, basada la nueva religón en antiguas creencias, narradas en el Talmud, más algo del cristianismo y el Islam, el pudor más la injusticia extrema y el odio acumulativo de estas tres religiones, hacia las mujeres que no estaban dispuestas a someterse, quedó reflejado en ella.

Fue una religión obligatoria para todos. Los templos se llenaban de seres macilentos, tristes, que no se tenían de pie.

Pero llegó un momento, en el cual, el contagio fue evidente y esos templos sucios, que sólo servían para dominar, para controlar, para que los poderosos se moviesen a sus anchas, pues ellos (los sacerdotes, los rabinos, los sejs) compartian dicho poder con las organizaciones que dominaban los países, pues esos templos quedaron vacios.

Las leyes se hicieron “draconianas”, cualquier falta era condenada con la muerte. ¿Países digo yo? Si ya no quedaban, eran ciudades formadas al calor de los laboratorios, amuralladas, electrificadas, y quererlas traspasar sin autorización significaba la muerte inmediata. ¿Decís juicios? Los jueces, no eran necesarios, la vida o lo que parecía ser, sólo era un remedo de esta, una angustia.

El Estado, como poder central, desapareció: fue adelgazando, adelgazando, y todo pasó a manos privadas. La policía, y el ejército, en manos de una gran compañía, de la cual nadie sabía nada.

Las cárceles, dejaron de existir, no eran necesarias: todo, cualquier cosa, se penaba con la muerte... Adiós a los abogados, jueces, fiscales, etc.

De pronto, comenzó una ola de violencia extrema, contra las mujeres: eran violadas, masacradas, el terror, se hizo dueño de ellas, miedo a salir, a estar solas o acompañadas, daba igual. Y amig@s míos, fue una treta nauseabunda, amoral, del círculo del poder, para enclaustrar, anular, al 55% de la población.

Las mujeres, participaron activamente, las que estaban en el poder, en esos momentos, la extrema derecha dirigía los planes, para convencer de las mejoras que supondría para nosotras las nuevas leyes. Y ellas mismas se creyeron sus mentiras.

Llegó un día, que las mujeres, todas ellas, fueron despedidas de sus trabajos y al mismo tiempo, sus cuentas (en los bancos) quedaron bloqueadas. No se quedaron con el dinero, no fue eso: pasó a pertenecer a un miembro masculino de la familia de la mujer estafada.

Continuará.