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domingo, 4 de marzo de 2012

La moda, esa tirana

Hola amig@s,

Realmente las cosas en nuestro País no están como para tirar cohetes, pero una sonrisa alegra el gesto y hace felices a los que nos rodean. Por eso voy a continuar con los curiosos usos del pasado, por otro lado no tan lejano.

Si observamos la información que tenemos, bien reseñas, comentaros, pinturas, etc., nos damos cuenta de que la moda, era algo que inducía al ridículo además de una total incomodidad.

Lo poco práctico de la vestimenta, solía llevar un mensaje implícito: esas personas no tenían que realizar un trabajo físico; era algo así como el garante de la separación de clases.


Y eso era amig@s, lo que todas las culturas buscaban: una separación de clases, ser diferentes, aparentar poseer más, tener siempre alguien a quien mandar, ser superiores. Diréis ¿en qué? En estupidez, orgullo mal entendido, la supremacía de las razas, los colores de la piel; y voy a dejar ese camino que no me lleva a ningún sitio.

En el siglo XVI, se puso de moda el almidón. Los hombres generalmente, empezaron a usar una especie de pañuelos blancos, rectangulares, almidonados al máximo, que enroscaban en el cuello; tenían forma de lechuguillas escalonadas. El cuello tenía que estar recto. Para comer se inventaron unas largas cucharas, para llegar al plato sin doblar el cuerpo. Pero amig@s, qué disparate, cada uno quería tener una lechuguilla más grande.

Al doblar el brazo, no podían meterse el utensilio en la boca, vamos que no acertaban y además, es que no podían tragar con ese adorno apretado todo lo que podían; llevarlo flojo era un signo de dejadez.

Hacia 1.650, aparecieron los botones, grandes, pequeños, de todos los tamaños y colores, en ropa interior y exterior, con uso y sin él. Como una reliquia del pasado, conservamos, en las chaquetas de los varones, esencialmente, una fila de botones en las mangas, que son innecesarios, no cumplen ninguna función y los modistos o sastres, cada año van cambiando la cantidad; un año tres, otro cuatro y así vuelta a empezar.

Ya en 1663 un inglés llamado Samuel Pepys, se compró una peluca (ciento cincuenta años, duró esta moda, grosso modo). Su preocupación era si alguien se reiría de él al ir a la iglesia. Parece que nadie lo hizo... También le preocupaba que procediese el pelo de gente muerta por la peste, pero... eso ya deja de importar cuando quien nos gobierna es esa tirana: la moda.

Las pelucas las hacían de cualquier material, por supuesto pelo humano, crin de caballo, algodón, pelo de cabra, alambre y los modelos muy variados: coleta recogida, tirabuzones. Llegaron las pelucas a ser algo muy valioso. Tanto es así que se legaban en los testamentos. También cuanto más importante era una persona (por su posición) el tamaño de la peluca era más imponente. Así se veía hombres de escaso tamaño, donde la peluca podía ser el 50% de su altura.

Amig@, termino en la siguiente entrada este tema, os prometo que vais a reír a carcajada limpia.

Besos.