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domingo, 20 de febrero de 2011

Los fenicios y algo más


¡Hola amig@s!

Antes de comenzar voy a hacer un inciso para contaros una reflexión que he madurado y creo es algo real. Se trata de los hombres maltratadores (también, por supuesto, existen las mujeres maltratadoras, pero... es una minoría en comparación; no obstante os hablaré de ellas en otra ocasión.)

Los hombres que cometen esos actos delictivos, llamados “ violencia de género” son personas con una débil y negativa personalidad; maltratan no porque no quieran a las mujeres o las quieran demasiado, no es eso. Cuando hay una separación, esas personas sufren un estado alterado de la percepción y la valoración personal. No es lo que siempre se ha creído, ¡mía o de nadie! 


Amig@s, ¡no! No es eso, la verdad está, en que les resulta insoportable la idea de la comparación sexual que pueda hacer su expareja. Es algo muy primitivo, pero... esos son los sentimientos que forman en su mente, estos individuos dementes. Y no voy a hablar más sobre ellos pues todos sabemos cómo empieza el maltrato y cómo puede terminar en una o más "cajas de madera”.

También quiero que penséis una cosa: cuando decidáis comenzar una relación de pareja, si sois sensibles, cariñosas, afectivas, vuestra pareja debe serlo también; si no es así, sufriréis mucho. Si creéis que con el tiempo, vosotras seréis capaces de cambiar a vuestra pareja, nada más lejos de la realidad. Las personas no cambian, y si lo hacen es para reafirmarse más en su forma de ser. Por lo tanto cuidado, mucho cuidado si queréis vivir felices y no una vida sin alicientes y sin amor, con personas que no os comprenden y pueden sumergiros en la melancolía o en una depresión.


Amig@s, pero... si surge el amor, si penetra en vuestro corazón, dadle la bienvenida, que vuestras estaciones sean todas primaveras, vuestras risas sean todas las risas, y vuestras lágrimas todas las lágrimas.

No digas, voy a querer poquito, de esa forma no sufriré; así no vivirás en plenitud, no sabrás lo que el amor conlleva: el corazón jubiloso, como si fuese a estallar, la mirada se vuelve serena, y de tu interior emana un atractivo especial que hace bellos a los amantes, pero... si dejamos de alimentar ese sentimiento, que es cosa de dos, se angosta y termina por desaparecer.

Me diréis ¿y cómo se alimenta? Con cariño, caricias, palabras cómplices, silencios compartidos, miradas amorosas, paciencia y comprensión dejando espacio para los dos. Sin reproches ni amarguras.

Y diréis ¿y si ese amor termina? ¡Ay amig@s!, viviréis una etapa de dolor intensísimo, con un desgarro interior que parece físico. Poco a poco volveréis a ser de nuevo vosotros mismos. Más callados, más tristes, pero más formados, enriquecidos por la experiencia. En la vida, por desgracia, todo tiene un principio y un final. Pero os aseguro que quien ha gozado de ese sentimiento, la vida le parece diferente, más llevadera, más ligera y feliz.



Continuamos con los fenicios.

Con la llegada de los colonizadores fenicios a las costas meridionales de la Península, consideramos concluida la Prehistoria y comienza un largo proceso de transición, que lleva a las sociedades peninsulares a la Historia propiamente dicha.

Recordemos que por el Norte, continúan llegando elementos continentales que proceden del otro lado de los Pirineos, que podemos caracterizar como indoeuropeos y sólo nos aportan elementos materiales y más complejidad social, sin rastros de documentación escrita; por lo tanto permanecen en la Prehistoria.

Resulta paradójico que un pueblo al que se debe la extensión del uso de la escritura alfabética, en toda el área mediterránea, no cuente con ningún testimonio de su producción literaria. Incluso son escasos los restos materiales y de ciudades. Su conocimiento nos ha llegado a través de sus competidores o vecinos con lo que conlleva de negatividad deformada e interesada.


La historia de los fenicios comienza hacia el II milenio. Unos pueblos llamados “Pueblos del Mar”, que hasta el momento no se sabe de dónde procedían, causan enorme conmoción en la zona, desaparecen las grandes estructuras políticas de la época.

Los fenicios se extendían por las ciudades costeras levantinas y pertenecían al ámbito cultural cananeo. No tenían concepto de país, las ciudades eran gobernadas por unas monarquías hereditarias que a la vez ejercían el sacerdocio supremo; estaban rodeados de una élite de comerciantes muy activos. Empezaron a expandirse por el Mediterráneo central y occidental, fundando establecimientos, factorías y nuevas ciudades; en Chipre, norte de África (Cartago) y Gadir (Cádiz) en el sur de España.


Pronto el resurgir de los imperialismos en el Próximo Oriente, y en especial el de los asirios, puso freno a la independencia de las ciudades fenicias, que lograron mantener a costa de tributos cada vez más onerosos, los cuales colapsaron en parte las redes comerciales en el Mediterráneo occidental. Ya bajo el imperio persa, se activó en parte el comercio; con Alejandro Magno se integraron en el mundo helenístico, su absorción fue producida por Roma.

El comercio se basaba en productos de lujo, que eran fáciles de transportar y reportaban una mayor ganancia y la industria textil y tintorera que era su más preciada mercancía. A esto hay que añadir cerámica, hierro, vidrio, marfil etc. A cambio ellos recibían oro, plata, estaño que abundaban en ciertas zonas de la península Ibérica.

El primer establecimiento en la península dataría del siglo IX a.e. fue Cádiz, y por la costa, Málaga, Granada, Almería hasta el litoral levantino y en sentido opuesto, por el Atlántico hasta la desembocadura del río Mondego.

Terminaremos en la próxima entrada con los fenicios pues... nos tienen reservadas varias sorpresas.



Los tres deseos, continuación y final.

Al oír las palabras de su mujer, el santo hombre elevó los ojos al cielo y exclamó:

¡Oh Alá, te suplico que me libres de esta embarazosa mercancía y me evites la molestia que me proporciona!

Al instante quedó liso el vientre de aquel hombre, sin señal del zib (pene) ni de los testículos, como si fuese una jovencita impúber.

Pero... no le agradó aquella total desaparición, ni tampoco a su esposa, que comenzó a injuriarle y a hacerle reproches de que se hubiera privado para siempre de lo que le correspondía.

El santo varón le dijo a su esposa: Tuya es la culpa de todo esto, consecuencia de tus insensatos consejos. ¡Oh mujer sin juicio, yo tenía derecho a formular tres deseos a Alá y poder elegir a mi placer lo que mejor me pareciese entre los bienes de este y del otro mundo! Y en cambio ya he perdido dos deseos para que estemos igual que antes. Mi tercer deseo será pedirle al Omnipotente que me devuelva lo que tenía.

Y Alá atendió su ruego, quedando él con lo que antes poseía.

Esta historia tiene una moraleja: conviene quedarse con lo que ya se tiene y no ambicionar demasiado.

Hasta pronto amig@s.