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domingo, 8 de abril de 2012

La moda, esa tirana (3ª y última parte)


 Amig@s, en los últimos tiempos, no me sentía atraída por la política interna de nuestro país. Leía los artículos que iba aconsejando uno de nuestros amigos (E) que siempre eran muy interesantes.

Últimamente la situación en España es tan grave, que no he tenido más remedio que meterme de lleno en ella; empaparme y sufrir por todos nosotros. Una persona muy cercana a mí, asegura que lo que vemos sólo es la punta del iceberg, que la realidad, es muchísimo peor.

Llevo unos días repasando la historia del último tercio del siglo XVII, la sociedad y el reinado del último de los Austrias (Carlos II, “el Hechizado”). Hay tanta similitud, en la situación, que podríamos hacer una comparativa y saldría perfecta.

Nuestros políticos, la mayoría, han estudiado Leyes, pero la Historia debería ser algo obligatorio, en realidad para todo el mundo. No se puede, amig@s, gobernar sin estudiar el pasado, pues se dice: El País que no conoce su pasado está obligado a repetirlo (bueno, más o menos es eso, lo que dice la frase, quizá con otras palabras).

Normalmente, con la distancia del tiempo, podemos visualizar las soluciones.

Este tema será la siguiente entrada. Ahora terminaremos con el tema de la moda, que en realidad, corresponde al siglo XVII, en su mayoría.

Nos habíamos quedado, en personas de la nobleza en general (antes no existía la burguesía) pero sí, la alta y baja nobleza. En general eran de cuerpo pequeño, ataviados con prendas de lo más extrañas e incómodas; las pelucas, que en las damas podían doblar su altura, tacones, primero los hombres… Mientras, la suciedad se extendía entre ellos, debido a la poca limpieza y lo complicado de sus prendas y peinados. Y seguimos.


 De pronto aparecen las pecas artificiales, y al poco tiempo todo el mundo (la alta sociedad, se entiende) estaba cubierto de ellas, de diversas clases: estrellitas, lunas crecientes y menguantes; daba igual, sus rostros y cuello, también los senos, estaban cubiertos, de tal forma que más bien daban la impresión de caricaturas, o máscaras cubiertas de insectos.

Al igual que en la moda de las pelucas, aparecieron multitud de nuevas palabras para definir cada modelo, y también tenían componentes políticos, dependiendo de dónde se situasen las pecas. La verdad es que todo en estas sociedades, era muy vano y superficial.

En la Inglaterra del momento, se llegó a utilizar productos tóxicos, en nombre de la belleza. En los ojos, por ejemplo, usaban belladona para dilatar las pupilas y hacer más atractivas las miradas.

Lo quizá más peligroso de todo era la “cesura” también conocida como pintura: una crema compuesta de plomo y yeso. Había una gran cantidad de personas, con señales de viruela en sus rostros; esta crema blanca, se distribuía por sus rostros, como una lechada, en gran cantidad, para servir de relleno a esos antiestéticos  hoyos en la piel.

Las mujeres, que no los tenían, también la usaban, porque sus rostros quedaban tan blancos que parecían seres delicados y fantasmales.


También lo utilizaban en los senos. El problema estaba en que cuando las féminas sonreían, se cuarteaba esa capa. Si permanecía mucho tiempo en el rostro, se volvía gris; y si se usaba a menudo, llegaba el envenenamiento.

Este, digamos maquillaje, afectaba a los ojos y también la dentadura sufría perdidas de piezas dentales.

Hay documentadas varias damas de la sociedad, que murieron antes de los veinte años a consecuencia de la famosa “cesura”, pero aún así se continuó utilizando durante un largo periodo de tiempo.

Los preparados tóxicos a base de arsénico estaba a la orden del día. Daban un aspecto a las damas de fragilidad, y su tez resultaba pálida y blanquecina. Ya os podéis imaginar lo que sucedía. La gran escritora Agatha Christie, en su larguísima creación, usaba el arsénico con profusión.

Los hombres también utilizaban el maquillaje. Por ejemplo, el duque de Orleáns, hermano del rey de Francia. Según la Historia, era un homosexual reconocido. Pero... luchaba en el campo de batalla, como un jabato (algo así como Ricardo Corazón de León, a quien el Papa de la época tuvo que llamarle la atención, para que cumpliese con sus obligaciones y diese un heredero; se casó por mandato, pero... no creo que cumpliese con sus obligaciones matrimoniales y ya me he perdido, otra vez).

El de Orleáns, salía a la batalla, maquillado, empolvado, con pestañas postizas, cubierto de cintas y diamantes. Su única preocupación, era lo que el polvo de la batalla pudiese dañar su tez.

En ese tiempo, esencialmente los hombres usaban zapatos de aguja, de más o menos quince centímetros de altura. Todos cuidaban su rostro de los rayos del sol y las sombrillas eran un artilugio muy utilizado.

Por aquel entonces, unos hombres más moderados, empezaron a introducir otros modelos de vestimenta. Estos varones, fueron llamados “dandis”.

El primero de ellos fue George llamado “el Bello” Brummell”, igualito que el perfume ¿recordáis? No quiero opinar sobre el perfume, pero a mis hombres prefiero regalarles otro diferente (jejejeje cuidadito con lo que pensáis, tengo hijo, hermanos y padre).

No tenía George, nada de especial; ni inteligencia destacada, ni era una persona cultivada, pero eso sí: vestía mejor que nadie.

Pertenecía al ejército. No se le conocen aptitudes para el mando; este señor lo que hacía era lucir el uniforme. En las reuniones informales, pasó a ser el asistente del heredero al trono y terminó siendo su amigo personal.

Durante unos años, el domicilio de George fue el centro de un acontecimiento nuevo en la sociedad inglesa. A media tarde, se reunían un afamado grupo de hombres, con la intención de ver como se vestía. Entre ellos, no solía faltar el heredero, acompañado de duques, marqueses y un sin fin de títulos nobiliarios.


 Lo más sorprendente, era el hecho de que se bañase cada día, en agua caliente y a veces mezclaba leche; dicha costumbre se extendió rápidamente.

Los dandis, eran sobrios en sus gustos sobre los colores; los más utilizados: blanco, beige, y negro azulado. No era lo que portaban, sino el detalle, la minuciosidad, con que trataban cada aspecto de su vestimenta.

Los “dandis”, se vestían una y otra vez, durante el mismo día, cambiando camisas, pantalones, corbatas y calcetines.

Lo más destacable eran los pantalones, tan estrechos, pegados a la piel y sin ropa interior, que resultaban un pelín inquietantes. Esencialmente, cuando eran de color beige, con poca luz parecía mismamente que mostraban su desnudez, a decir de las damas de la época, que quedaban impactadas.

Las chaquetas por detrás llevaban faldones, pero por delante no; quedaba al descubierto la entrepierna, tan, tan ajustada. Buscaban los dandis, ser más atractivos que las damas. Pero, con tanto derroche, en tiempo y cambios de indumentaria, eran, o solían ser, seres asexuales, que no mostraban apetencia por hombres o mujeres. Pienso que era tal el enamoramiento que le producía su propia visión, que les sucedería algo así, como al mitológico “Narciso”.

La caída de George, fue sonada e irreversible. Se enfadó con el príncipe y en una fiesta, el heredero, le ignoró. Brummell, orgulloso, preguntó a una persona de su grupo ¿Quién es ese gordo, amigo tuyo?. Cuando ese lamentable, comentario (en verdad el príncipe, estaba redondo) llegó a oídos del heredero, las puertas de todos los palacios y casas señoriales, se cerraron para él. Tuvo que marcharse, rápidamente a París, donde vivió en la más absoluta pobreza, pero parece que sin descuidar su apariencia.

Y aquí, vemos una enseñanza: los comentarios estúpidos, nos pueden llevar a situaciones impensables.

Hasta pronto mis queridos amig@s.