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viernes, 9 de marzo de 2012

La moda, esa tirana (2ª parte)


Hola amig@s,

Continuamos con la moda absurda, incómoda, sucia y adorada de las pelucas.

Los ladrones soñaban con un espectacular robo donde el botín fuese al menos una peluca.

Los diseñadores, cada vez, ponían más empeño en conseguir una excepcional. Uno de ellos, aseguró que había conseguido un modelo con tantos rizos y pelo, que podría ser usada como capa en pleno invierno.

En los siglos XVII y XVIII, los hombres se afeitaban la cabeza, para encajar mejor la peluca. Su propio pelo servía para hacerlas. Aquel que no podía permitirse ese dispendio, se peinaba sus cabellos lo más parecido a una peluca.


El mantenimiento de dicho artilugio, no era barato. Al menos una vez por semana, se mandaba al peluquero. Este la ponía rulos calientes y con tenacillas al fuego iba dando la forma requerida.

Hacia 1.700 las pelucas tenían que estar con una capa de polvos blanca y se utilizaba harina normal para ello; pero en Francia por esas mismas fechas, varias cosechas de trigo se perdieron, y el hambre iba en aumento. La muchedumbre, sospechaba con razón, que la poca harina conseguida, era empleada para empolvar las dichosas pelucas, de la aristocracia. Los disturbios, fueron grandes y continuados, cada vez más sangrientos.

A finales de siglo, otro giro de la moda, perfumes en las pelucas y los polvos de distintos colores; rosa y azul eran los preferidos.

Normalmente estas se colocaban en un soporte y se las empolvaba, pero el súmmum de la elegancia se conseguía empolvándola sobre la cabeza de su propietario.

Y aquí tenemos al propietario de la peluca, con un paño sobre los hombros y el torso, y un cucurucho de papel sobre la cara, para no asfixiarse, mientras que un criado, armado con un fuelle iba empolvando la peluca.
 
Pero... los nobles, siempre en disputa, idearon otra forma distinta: cuatro ayudas de cámara debían lanzar los polvos de colores, mientras el señor giraba y giraba hasta que quedaba totalmente a su gusto, cosa difícil de conseguir.

Bueno, pues si un francés, necesitaba cuatro criados para tal menester, llegaron otros que necesitaban cinco, y si los franceses lo hacían de esa forma, los ingleses, no iban a ser menos. Llevaron especialistas de Francia, en cantidad para tal menester.

Y de pronto... sin saber como; las pelucas quedaron en el olvido. Los fabricantes, pidieron al rey que las pelucas fuesen obligatorias (ellos veían su ruina cerca) en la indumentaria de los varones. El rey se negó. De esas fechas queda la costumbre de usarlas en los tribunales británicos. Estas están hechas de crin de caballo y envejecidas con té.

Las damas tenían forma distinta de usar las pelucas. En un enorme armazón de alambre, trenzaban sobre él su pelo, mezclándolo con lana engrasada y crin de caballo. Conseguían unas alturas próximas al metro. Cuando viajaban en un carruaje tenían que sentarse sobre el suelo y, las muertes acaecidas por prenderse con velas ese conglomerado de materias diferentes, no fueron escasas.

Los peinados de las damas eran tan sofisticados que estas los dejaban sin tocar durante meses, excepto meter algo de engrudo para mejor fijarlo en la cabeza.

Dormían las señoras sobre una tabla que se ajustaba a su cuello, dejando rígida la cabeza.

Otro problema era la suciedad: como no se lavaban el pelo, larvas de todos los insectos pululaban entre los cabello.

El espanto llegó al límite cuando una conocida aristócrata, vio asomar entre sus rizos la simpática carita, uffffffffff, de un ratón, el cual había trasladado allí su madriguera. Sufrió un desmayo y el bebé que esperaba fue abortado.

Todo era factible de hacer: barcos entre olas, temas mitológicos, joyas y lazos. Cualquier cosa que aquellas mentes vacías pudiesen imaginar, era trasladado a su cabeza. 


 También fue la época de las pecas postizas, pero tantas se ponían que más que adornar parecían ir cubiertos de moscas.

Y rizando el rizo, depilaban sus cejas y las ponían postizas de piel de ratón. 


Este tema amig@s promete mucho, terminamos en la siguiente entrada