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domingo, 9 de septiembre de 2012

El rosal



Querid@s ami@s,

Hace varios meses que no escribo. Estaba dando las finales bocanadas de mi anterior etapa, o recorrido vital. Ya sabéis, muchas vidas vivimos, pero todas están aquí. He comenzado otro tramo con la esperanza puesta  en no dejarme arrastrar por los mismos errores del pasado. Queriéndome yo mucho más para, de ese modo, hacer más felices a los míos.


Ahora voy a contaros una historia que comienza así:

En nombre de la Madre, la que fue y la que es y siempre será, la Creadora, Compasiva y Justiciera. Aquella que los hombres con sus libros sagrados, intentaron ocultar.

Y así Ella me dictó:

En una época remota, en una tierra inclemente, donde los hombres tienen visiones de dioses únicos, vengativos y crueles, donde la gente desea morir para poder vivir.

Allí, en aquel lugar, un hombre tenía un jardín, y en él un rosal. Viajaba tan a menudo que la planta se secaba, y el dueño del jardín,  hartándose estaba ya. No era paciente, no, y entonces decidió, otras plantas adquirir. Compró plantas rastreras, aquellas que mucha agua necesitan y todo lo invaden y lo atoran y lo ahogan y lo secan pues les absorben su savia, pero su olor es un tufo, un olor malsano, que nadie con sensibilidad, puede tenerlo muy cerca. Sitio para el rosal ya no había; éste, cada vez, más agostado vivía. Y un día su amo y señor, junto a otros desechos, a la basura lo arrojó.

Días más tarde, un vecino del lugar, en esa planta se fijó; mirola por delante y por detrás, pensó en las posibilidades y a su casa la llevó. Cortó sus tallos malheridos, sus hojas secas quitó; la plantó cerca, donde a su vista podía siempre estar. La regaba con cuidado, le hablaba con cariño y hasta poesías a veces le recitaba. Cuando la primavera llegó, el rosal estaba en flor, y el olor que despedía toda la calle llenaba.

Mientras, el antiguo amo, inundado de maleza, con su salud maltrecha de tanta agua tener que acarrear, su bolsa vacía, todo gastado en perfume para poder respirar. Huyó de su casa el hombre, no quería más jardín. Por la calle del vecino por casualidad pasó y su nariz percibió un aroma singular. Alzose sobre la verja que ocultaba aquel vergel y, angustiado, reconoció la planta que él un día arrojó sin compasión. Ésta estaba hermosa, grande y vigorosa, llena de nuevos capullos, que prometían estar floreciendo todo el año para deleite de su señor.


Aprendida la lección, el antiguo amo a otras tierras marchó, a nuevos lugares, donde poder olvidar, su antiguo rosal.

Hasta pronto amig@s.




domingo, 8 de abril de 2012

La moda, esa tirana (3ª y última parte)


 Amig@s, en los últimos tiempos, no me sentía atraída por la política interna de nuestro país. Leía los artículos que iba aconsejando uno de nuestros amigos (E) que siempre eran muy interesantes.

Últimamente la situación en España es tan grave, que no he tenido más remedio que meterme de lleno en ella; empaparme y sufrir por todos nosotros. Una persona muy cercana a mí, asegura que lo que vemos sólo es la punta del iceberg, que la realidad, es muchísimo peor.

Llevo unos días repasando la historia del último tercio del siglo XVII, la sociedad y el reinado del último de los Austrias (Carlos II, “el Hechizado”). Hay tanta similitud, en la situación, que podríamos hacer una comparativa y saldría perfecta.

Nuestros políticos, la mayoría, han estudiado Leyes, pero la Historia debería ser algo obligatorio, en realidad para todo el mundo. No se puede, amig@s, gobernar sin estudiar el pasado, pues se dice: El País que no conoce su pasado está obligado a repetirlo (bueno, más o menos es eso, lo que dice la frase, quizá con otras palabras).

Normalmente, con la distancia del tiempo, podemos visualizar las soluciones.

Este tema será la siguiente entrada. Ahora terminaremos con el tema de la moda, que en realidad, corresponde al siglo XVII, en su mayoría.

Nos habíamos quedado, en personas de la nobleza en general (antes no existía la burguesía) pero sí, la alta y baja nobleza. En general eran de cuerpo pequeño, ataviados con prendas de lo más extrañas e incómodas; las pelucas, que en las damas podían doblar su altura, tacones, primero los hombres… Mientras, la suciedad se extendía entre ellos, debido a la poca limpieza y lo complicado de sus prendas y peinados. Y seguimos.


 De pronto aparecen las pecas artificiales, y al poco tiempo todo el mundo (la alta sociedad, se entiende) estaba cubierto de ellas, de diversas clases: estrellitas, lunas crecientes y menguantes; daba igual, sus rostros y cuello, también los senos, estaban cubiertos, de tal forma que más bien daban la impresión de caricaturas, o máscaras cubiertas de insectos.

Al igual que en la moda de las pelucas, aparecieron multitud de nuevas palabras para definir cada modelo, y también tenían componentes políticos, dependiendo de dónde se situasen las pecas. La verdad es que todo en estas sociedades, era muy vano y superficial.

En la Inglaterra del momento, se llegó a utilizar productos tóxicos, en nombre de la belleza. En los ojos, por ejemplo, usaban belladona para dilatar las pupilas y hacer más atractivas las miradas.

Lo quizá más peligroso de todo era la “cesura” también conocida como pintura: una crema compuesta de plomo y yeso. Había una gran cantidad de personas, con señales de viruela en sus rostros; esta crema blanca, se distribuía por sus rostros, como una lechada, en gran cantidad, para servir de relleno a esos antiestéticos  hoyos en la piel.

Las mujeres, que no los tenían, también la usaban, porque sus rostros quedaban tan blancos que parecían seres delicados y fantasmales.


También lo utilizaban en los senos. El problema estaba en que cuando las féminas sonreían, se cuarteaba esa capa. Si permanecía mucho tiempo en el rostro, se volvía gris; y si se usaba a menudo, llegaba el envenenamiento.

Este, digamos maquillaje, afectaba a los ojos y también la dentadura sufría perdidas de piezas dentales.

Hay documentadas varias damas de la sociedad, que murieron antes de los veinte años a consecuencia de la famosa “cesura”, pero aún así se continuó utilizando durante un largo periodo de tiempo.

Los preparados tóxicos a base de arsénico estaba a la orden del día. Daban un aspecto a las damas de fragilidad, y su tez resultaba pálida y blanquecina. Ya os podéis imaginar lo que sucedía. La gran escritora Agatha Christie, en su larguísima creación, usaba el arsénico con profusión.

Los hombres también utilizaban el maquillaje. Por ejemplo, el duque de Orleáns, hermano del rey de Francia. Según la Historia, era un homosexual reconocido. Pero... luchaba en el campo de batalla, como un jabato (algo así como Ricardo Corazón de León, a quien el Papa de la época tuvo que llamarle la atención, para que cumpliese con sus obligaciones y diese un heredero; se casó por mandato, pero... no creo que cumpliese con sus obligaciones matrimoniales y ya me he perdido, otra vez).

El de Orleáns, salía a la batalla, maquillado, empolvado, con pestañas postizas, cubierto de cintas y diamantes. Su única preocupación, era lo que el polvo de la batalla pudiese dañar su tez.

En ese tiempo, esencialmente los hombres usaban zapatos de aguja, de más o menos quince centímetros de altura. Todos cuidaban su rostro de los rayos del sol y las sombrillas eran un artilugio muy utilizado.

Por aquel entonces, unos hombres más moderados, empezaron a introducir otros modelos de vestimenta. Estos varones, fueron llamados “dandis”.

El primero de ellos fue George llamado “el Bello” Brummell”, igualito que el perfume ¿recordáis? No quiero opinar sobre el perfume, pero a mis hombres prefiero regalarles otro diferente (jejejeje cuidadito con lo que pensáis, tengo hijo, hermanos y padre).

No tenía George, nada de especial; ni inteligencia destacada, ni era una persona cultivada, pero eso sí: vestía mejor que nadie.

Pertenecía al ejército. No se le conocen aptitudes para el mando; este señor lo que hacía era lucir el uniforme. En las reuniones informales, pasó a ser el asistente del heredero al trono y terminó siendo su amigo personal.

Durante unos años, el domicilio de George fue el centro de un acontecimiento nuevo en la sociedad inglesa. A media tarde, se reunían un afamado grupo de hombres, con la intención de ver como se vestía. Entre ellos, no solía faltar el heredero, acompañado de duques, marqueses y un sin fin de títulos nobiliarios.


 Lo más sorprendente, era el hecho de que se bañase cada día, en agua caliente y a veces mezclaba leche; dicha costumbre se extendió rápidamente.

Los dandis, eran sobrios en sus gustos sobre los colores; los más utilizados: blanco, beige, y negro azulado. No era lo que portaban, sino el detalle, la minuciosidad, con que trataban cada aspecto de su vestimenta.

Los “dandis”, se vestían una y otra vez, durante el mismo día, cambiando camisas, pantalones, corbatas y calcetines.

Lo más destacable eran los pantalones, tan estrechos, pegados a la piel y sin ropa interior, que resultaban un pelín inquietantes. Esencialmente, cuando eran de color beige, con poca luz parecía mismamente que mostraban su desnudez, a decir de las damas de la época, que quedaban impactadas.

Las chaquetas por detrás llevaban faldones, pero por delante no; quedaba al descubierto la entrepierna, tan, tan ajustada. Buscaban los dandis, ser más atractivos que las damas. Pero, con tanto derroche, en tiempo y cambios de indumentaria, eran, o solían ser, seres asexuales, que no mostraban apetencia por hombres o mujeres. Pienso que era tal el enamoramiento que le producía su propia visión, que les sucedería algo así, como al mitológico “Narciso”.

La caída de George, fue sonada e irreversible. Se enfadó con el príncipe y en una fiesta, el heredero, le ignoró. Brummell, orgulloso, preguntó a una persona de su grupo ¿Quién es ese gordo, amigo tuyo?. Cuando ese lamentable, comentario (en verdad el príncipe, estaba redondo) llegó a oídos del heredero, las puertas de todos los palacios y casas señoriales, se cerraron para él. Tuvo que marcharse, rápidamente a París, donde vivió en la más absoluta pobreza, pero parece que sin descuidar su apariencia.

Y aquí, vemos una enseñanza: los comentarios estúpidos, nos pueden llevar a situaciones impensables.

Hasta pronto mis queridos amig@s.


lunes, 26 de marzo de 2012

Monólogo actualizado de Doña Inés.



¡Ay Don Juan!, ¡Don Juan!
¿Qué hacéis en mis aposentos?
¿Hasta a mi dueña, comprásteis?
¿Con amor?, ¿con dinero? ¿quizá amenazásteis
su vida? ¿o la mía?..

Sabed infame, que cuando mi adorada madre
murió, mi amado padre, en su desesperación,
trató de librarme de los pecados nefandos
de la carne, del orgullo, del deshonor.

Encerrome en este claustro donde sólo
he aprendido, a obedecer, a asentir, a rezar
Y a sufrir, en silencio, eso sí.

Hasta estos altos muros, 
noticias nos han llegado
de vuestra gallardía y prestancia, Don Juan.

También sé que vuestras manos,
manchadas están de sangre carmesí
para aquél que os enfrenta
la muerte, es su destino.

Acariciáis a las damas, como ningún caballero
Aunque ellas no saben, cada rosa, tiene montones
de espinas, que se clavan, en el pecho, en las sienes,
En el alma...

 Habéis de saber don Juan
que vuestra conciencia soy
y nunca os dejaré.

Esta toca que cubre mi desnudez
Es mi toca, y mi toca no se toca.

Y ahora cruel doncel, si a eso
habéis venido,
tomadme, no me negaré

Pero... habéis de saber don Juan,
que desde el último concilio,
no existe el Limbo, ni el Purgatorio
y el Infierno, está aquí.

Generaciones deberéis penar
en este mundo cruel
donde pretendéis ser, la espada
que no se enfunda,
el orgullo del momento,
la vanidad de un loco
y el deseo insatisfecho que sólo
culmina cuando el amor,
es el pago del amor.

viernes, 9 de marzo de 2012

La moda, esa tirana (2ª parte)


Hola amig@s,

Continuamos con la moda absurda, incómoda, sucia y adorada de las pelucas.

Los ladrones soñaban con un espectacular robo donde el botín fuese al menos una peluca.

Los diseñadores, cada vez, ponían más empeño en conseguir una excepcional. Uno de ellos, aseguró que había conseguido un modelo con tantos rizos y pelo, que podría ser usada como capa en pleno invierno.

En los siglos XVII y XVIII, los hombres se afeitaban la cabeza, para encajar mejor la peluca. Su propio pelo servía para hacerlas. Aquel que no podía permitirse ese dispendio, se peinaba sus cabellos lo más parecido a una peluca.


El mantenimiento de dicho artilugio, no era barato. Al menos una vez por semana, se mandaba al peluquero. Este la ponía rulos calientes y con tenacillas al fuego iba dando la forma requerida.

Hacia 1.700 las pelucas tenían que estar con una capa de polvos blanca y se utilizaba harina normal para ello; pero en Francia por esas mismas fechas, varias cosechas de trigo se perdieron, y el hambre iba en aumento. La muchedumbre, sospechaba con razón, que la poca harina conseguida, era empleada para empolvar las dichosas pelucas, de la aristocracia. Los disturbios, fueron grandes y continuados, cada vez más sangrientos.

A finales de siglo, otro giro de la moda, perfumes en las pelucas y los polvos de distintos colores; rosa y azul eran los preferidos.

Normalmente estas se colocaban en un soporte y se las empolvaba, pero el súmmum de la elegancia se conseguía empolvándola sobre la cabeza de su propietario.

Y aquí tenemos al propietario de la peluca, con un paño sobre los hombros y el torso, y un cucurucho de papel sobre la cara, para no asfixiarse, mientras que un criado, armado con un fuelle iba empolvando la peluca.
 
Pero... los nobles, siempre en disputa, idearon otra forma distinta: cuatro ayudas de cámara debían lanzar los polvos de colores, mientras el señor giraba y giraba hasta que quedaba totalmente a su gusto, cosa difícil de conseguir.

Bueno, pues si un francés, necesitaba cuatro criados para tal menester, llegaron otros que necesitaban cinco, y si los franceses lo hacían de esa forma, los ingleses, no iban a ser menos. Llevaron especialistas de Francia, en cantidad para tal menester.

Y de pronto... sin saber como; las pelucas quedaron en el olvido. Los fabricantes, pidieron al rey que las pelucas fuesen obligatorias (ellos veían su ruina cerca) en la indumentaria de los varones. El rey se negó. De esas fechas queda la costumbre de usarlas en los tribunales británicos. Estas están hechas de crin de caballo y envejecidas con té.

Las damas tenían forma distinta de usar las pelucas. En un enorme armazón de alambre, trenzaban sobre él su pelo, mezclándolo con lana engrasada y crin de caballo. Conseguían unas alturas próximas al metro. Cuando viajaban en un carruaje tenían que sentarse sobre el suelo y, las muertes acaecidas por prenderse con velas ese conglomerado de materias diferentes, no fueron escasas.

Los peinados de las damas eran tan sofisticados que estas los dejaban sin tocar durante meses, excepto meter algo de engrudo para mejor fijarlo en la cabeza.

Dormían las señoras sobre una tabla que se ajustaba a su cuello, dejando rígida la cabeza.

Otro problema era la suciedad: como no se lavaban el pelo, larvas de todos los insectos pululaban entre los cabello.

El espanto llegó al límite cuando una conocida aristócrata, vio asomar entre sus rizos la simpática carita, uffffffffff, de un ratón, el cual había trasladado allí su madriguera. Sufrió un desmayo y el bebé que esperaba fue abortado.

Todo era factible de hacer: barcos entre olas, temas mitológicos, joyas y lazos. Cualquier cosa que aquellas mentes vacías pudiesen imaginar, era trasladado a su cabeza. 


 También fue la época de las pecas postizas, pero tantas se ponían que más que adornar parecían ir cubiertos de moscas.

Y rizando el rizo, depilaban sus cejas y las ponían postizas de piel de ratón. 


Este tema amig@s promete mucho, terminamos en la siguiente entrada


domingo, 4 de marzo de 2012

La moda, esa tirana

Hola amig@s,

Realmente las cosas en nuestro País no están como para tirar cohetes, pero una sonrisa alegra el gesto y hace felices a los que nos rodean. Por eso voy a continuar con los curiosos usos del pasado, por otro lado no tan lejano.

Si observamos la información que tenemos, bien reseñas, comentaros, pinturas, etc., nos damos cuenta de que la moda, era algo que inducía al ridículo además de una total incomodidad.

Lo poco práctico de la vestimenta, solía llevar un mensaje implícito: esas personas no tenían que realizar un trabajo físico; era algo así como el garante de la separación de clases.


Y eso era amig@s, lo que todas las culturas buscaban: una separación de clases, ser diferentes, aparentar poseer más, tener siempre alguien a quien mandar, ser superiores. Diréis ¿en qué? En estupidez, orgullo mal entendido, la supremacía de las razas, los colores de la piel; y voy a dejar ese camino que no me lleva a ningún sitio.

En el siglo XVI, se puso de moda el almidón. Los hombres generalmente, empezaron a usar una especie de pañuelos blancos, rectangulares, almidonados al máximo, que enroscaban en el cuello; tenían forma de lechuguillas escalonadas. El cuello tenía que estar recto. Para comer se inventaron unas largas cucharas, para llegar al plato sin doblar el cuerpo. Pero amig@s, qué disparate, cada uno quería tener una lechuguilla más grande.

Al doblar el brazo, no podían meterse el utensilio en la boca, vamos que no acertaban y además, es que no podían tragar con ese adorno apretado todo lo que podían; llevarlo flojo era un signo de dejadez.

Hacia 1.650, aparecieron los botones, grandes, pequeños, de todos los tamaños y colores, en ropa interior y exterior, con uso y sin él. Como una reliquia del pasado, conservamos, en las chaquetas de los varones, esencialmente, una fila de botones en las mangas, que son innecesarios, no cumplen ninguna función y los modistos o sastres, cada año van cambiando la cantidad; un año tres, otro cuatro y así vuelta a empezar.

Ya en 1663 un inglés llamado Samuel Pepys, se compró una peluca (ciento cincuenta años, duró esta moda, grosso modo). Su preocupación era si alguien se reiría de él al ir a la iglesia. Parece que nadie lo hizo... También le preocupaba que procediese el pelo de gente muerta por la peste, pero... eso ya deja de importar cuando quien nos gobierna es esa tirana: la moda.

Las pelucas las hacían de cualquier material, por supuesto pelo humano, crin de caballo, algodón, pelo de cabra, alambre y los modelos muy variados: coleta recogida, tirabuzones. Llegaron las pelucas a ser algo muy valioso. Tanto es así que se legaban en los testamentos. También cuanto más importante era una persona (por su posición) el tamaño de la peluca era más imponente. Así se veía hombres de escaso tamaño, donde la peluca podía ser el 50% de su altura.

Amig@, termino en la siguiente entrada este tema, os prometo que vais a reír a carcajada limpia.

Besos.