Querid@s ami@s,
Hace varios meses que no escribo. Estaba
dando las finales bocanadas de mi anterior etapa, o recorrido vital. Ya sabéis,
muchas vidas vivimos, pero todas están aquí. He comenzado otro tramo con la
esperanza puesta en no dejarme arrastrar
por los mismos errores del pasado. Queriéndome yo mucho más para, de ese modo,
hacer más felices a los míos.
Ahora voy a contaros una historia que
comienza así:
En nombre de la Madre, la que fue y la que es
y siempre será, la Creadora, Compasiva y Justiciera. Aquella que los hombres
con sus libros sagrados, intentaron ocultar.
Y así Ella me dictó:
En una época remota, en una tierra
inclemente, donde los hombres tienen visiones de dioses únicos, vengativos y
crueles, donde la gente desea morir para poder vivir.
Allí, en aquel lugar, un hombre tenía un
jardín, y en él un rosal. Viajaba tan a menudo que la planta se secaba, y el
dueño del jardín, hartándose estaba ya.
No era paciente, no, y entonces decidió, otras plantas adquirir. Compró plantas
rastreras, aquellas que mucha agua necesitan y todo lo invaden y lo atoran y lo
ahogan y lo secan pues les absorben su savia, pero su olor es un tufo, un olor
malsano, que nadie con sensibilidad, puede tenerlo muy cerca. Sitio para el
rosal ya no había; éste, cada vez, más agostado vivía. Y un día su amo y señor,
junto a otros desechos, a la basura lo arrojó.
Días más tarde, un vecino del lugar, en esa
planta se fijó; mirola por delante y por detrás, pensó en las posibilidades y a
su casa la llevó. Cortó sus tallos malheridos, sus hojas secas quitó; la plantó
cerca, donde a su vista podía siempre estar. La regaba con cuidado, le hablaba
con cariño y hasta poesías a veces le recitaba. Cuando la primavera llegó, el
rosal estaba en flor, y el olor que despedía toda la calle llenaba.
Mientras, el antiguo amo, inundado de maleza,
con su salud maltrecha de tanta agua tener que acarrear, su bolsa vacía, todo
gastado en perfume para poder respirar. Huyó de su casa el hombre, no quería
más jardín. Por la calle del vecino por casualidad pasó y su nariz percibió un
aroma singular. Alzose sobre la verja que ocultaba aquel vergel y, angustiado,
reconoció la planta que él un día arrojó sin compasión. Ésta estaba hermosa, grande
y vigorosa, llena de nuevos capullos, que prometían estar floreciendo todo el
año para deleite de su señor.
Aprendida la lección, el antiguo amo a otras
tierras marchó, a nuevos lugares, donde poder olvidar, su antiguo rosal.
Hasta pronto amig@s.
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