No olvidéis amigos míos,
releer las dos entradas anteriores.
El comportamiento de los
dos primos, Isabel y Roberto, fue el detonante de la llamada “Guerra
de los cien años”, entre Inglaterra y Francia (no es que
estuviesen luchando un siglo sin parar: había luchas, descansaban y
volvían a empezar).
La élite social llevaba
prendida a la cintura una bolsa, también llamada limosnera, donde
guardaban un pañuelo, dinero, o cualquier cosa pequeña que
necesitasen. Estas limosneras estaban adornadas de joyas, eran
preciosas. La familia real, tenía que anotar, dar cuenta de las
joyas o adornos que tomaban del tesoro, para su uso personal. Pero...
un regalo entre parientes, no necesitaban dar cuenta de ello.
Esto fue la trampa:
encargó la reina Isabel, tres preciosas “limosneras” como regalo
para sus cuñadas, de gran valor, y Roberto de Artois, se encargó
de llevar el regalo. Pero no de dárselo directamente, para que no
sospechasen las tres princesas.
Cuando los amantes de las
primas, vieron las bolsas, se encapricharon de ellas, y comenzaron a
demostrar celos, y aunque ellas aseguraron que eran regalo de Isabel,
no cejaron en sus “morros” hasta que Margarita y Blanca, se las
ofrecieron (quiero recordaros que Juana, casada con el segundo hijo
del rey, no cometió adulterio, pero sirvió de alcahueta para llevar
y traer recados, en ambas direcciones, o sea, de su prima y de su
hermana, para sus amantes y de estos para ellas).
Donde se reunían los
adúlteros era en la torre de Neslé, una parte del castillo que
estaba aislada, y Margarita había solicitado de su esposo, el
heredero, para, según ella, estar más en contacto con su Creador,
durante sus oraciones.
Cuando Roberto vio que
los hermanos lucían orgullosos las bolsas regalo de Isabel, mandó a
ésta un correo, para que volviese a Francia, con la excusa de ver a
su padre.
Los amantes, una noche
saliendo de la torre de Neslé fueron apresados y encarcelados, por
orden de Roberto.
La reina Isabel llegó y
habló con su padre, sobre el adulterio. El rey, Felipe el Hermoso,
quedó destrozado. Los príncipes, encolerizados, el heredero había
tenido una hija con Margarita, pero ya no creyó que fuese suya. Él
quería que fuesen condenadas a muerte. El segundo hermano, estaba
muy enojado, pero... no tanto, porque su mujer no le había sido
infiel, y el benjamín, que todavía casi era un niño, amaba a su
mujer, Blanca, y éste lloraba de dolor y estaba dispuesto a
perdonarla.
Pero el heredero, qué
más tarde sería Luis X, llamado el Obstinado, se empeñó en un
castigo ejemplar: serían condenadas, de por vida, a una fortaleza,
donde se les trataría duramente; fueron cortados sus cabellos,
rapados, y vestidas con un sayal, oyeron su sentencia.
Margarita, la esposa del
heredero, la escuchó con la cabeza erguida. Ella odiaba a su esposo,
y era reina por derecho.
A Juana, se la trasladaba
a un convento, donde moraría hasta su muerte. Ese al menos era su
castigo y Blanca lloraba, porque lo suyo era un capricho, no pensaba
que tuviese importancia, era una forma de entretenerse, como otra
cualquiera. Camino de su enclaustramiento, las obligaron a presenciar
el castigo de sus amantes.
Poco quedaba de ellos.
Todos sus huesos habían sido rotos, uno a uno. Ya en el cadalso. El
verdugo, hizo unas incisiones en su piel y esta les fue arrancada,
poco a poco, muy despacio, para que enloquecieran de dolor; más
tarde cortaron sus testículos y su pene. Después (supongo qué
estarían muertos al llegar a esos momentos) rajaron sus cuerpos y
extrajeron las vísceras, las cuales echaron a un cesto, trocearon
sus cuerpos y sus cabezas pusieron en picas; mucha gente presenció
este tormento, pocas veces eran nobles los condenados.
Margarita, altiva, no
mostró dolor ni pena, en realidad su amante no significaba nada, era
un instrumento para ella, una forma de venganza contra su odiado
marido; Juana, triste y angustiada, y su hermana Blanca, se desmayó.
Todos en la corte,
andaban con los ojos bajos, ya no era la corte alegre de antaño, una
pesada carga se cernía sobre ellos.
Unos meses más tarde, el
rey salió de caza, sus monteros le habían asegurado que un ciervo,
con una
gran cornamenta, pastaba por esa zona y se alejó de sus
caballeros y siguió las huellas del gran macho. De pronto, lo vio y
un rayo de sol, cayó sobre su testuz y allí formó una cruz (o al
menos eso se cuenta en las Crónicas), el rey quedó cegado, un
estallido notó en su mente. El caballo no respondía al jinete, sus
miembros estaban laxos, se precipitó hacia el suelo, pero su pie
quedó enganchado en el estribo, y el bruto corrió y corrió sin
control y el cuerpo del rey arrastraba hasta que se calmó, y parose.
Horas más tarde, sus servidores, le encontraron aún con vida. Le
llevaron al castillo más cercano. Doce días tardó en morir. Un
pequeño espacio de tiempo, había pasado, desde el ajusticiamiento
del gran Maestre de los Templarios y su maldición. Unos la
recordaban y otros, pretendían olvidarla.
Sus herederos, malditos,
maldecidos todos, fueron muriendo, deprisa, sin descendientes
varones. Unos de muerte natural y otros ayudados, enviados al Hades
por la codicia, el deseo del poder, la lujuria, y la vanidad. En
catorce años, los tres herederos naturales del rey Felipe IV,
llamado el hermoso, pasaron por el trono, reinaron. Más tarde, otra
rama de la familia, la más cercana, llegaría al poder. Pero,
recordad que seguían malditos. Y la Orden del Temple, continuaba,
fuerte, en la clandestinidad, contaba con muchos seguidores,
importantes, decididos a que la “Maldición” se cumpliese.
Doy por finalizado este
tema pues no deseo cansaros. No obstante, si más adelante lo deseáis
se puede ampliar con (por ejemplo) la vida de la reina Isabel de
Inglaterra y su amor por un noble, que alteró a todas las Cortes de
Europa y al Papado de Aviñón.
Hasta pronto, mis amigos.