¡Hola
amig@s! Recordad que para entender esta segunda parte, es imprescindible haber
leído la entrada anterior.
¿Recordáis
la maldición lanzada contra Felipe el Hermoso?- ¡Todos malditos hasta la
séptima generación!
Como os
dije, el rey tenía tres hijos y una hija, todos casados. Estos matrimonios
reales eran uniones de Estados; lo más importante era la herencia que los
contrayentes aportaban. Se inscribían en la niñez; cuando la niña alcanzaba la
madurez sexual, se celebraba realmente el matrimonio.
A Isabel, la
hija del rey, la habían desposado con el rey inglés, Eduardo II de Inglaterra. Ella
deseaba amarle y ser amada. Era una mujer muy especial; los genes de su
progenitor se adivinaban en ella, considerablemente: bella, inteligente, muy
culta y con un sentido amplio de servicio al Estado.
Pero las
cosas, rara vez son como deseamos.
Poco a poco
o quizá muy deprisa, ese amor fue convirtiéndose en odio y repulsión. Rodeada
de sus damas, que ella había llevado de Francia, más algunas otras que, ella
sabía, la espiaban por mandato del rey.
El monarca,
siempre estaba ideando nuevos cambios en los alrededores del palacio, en los
cuales, se aprestaba junto a los trabajadores a echarles una mano. Lo que
sucedía es que los hombres, desnudos de cintura para arriba, le producían una
alocada sensación de plenitud, mientras reía extasiado, apoyado en su amante de
turno.
Isabel, oía
estas risas, que a ella la entristecían mortalmente. No luchaba en buena lid
contra otra mujer, que desease su puesto. No, el rey tenía amantes masculinos.
Únicamente cuando los nobles le recordaban que debería tener una descendencia
importante, los niños morían con mucha facilidad, se acercaba a su esposa, pero
antes de penetrarla, delante de ella, tenía que ser acariciado por su amado,
para poder cumplir con su deber.
Hacía
tiempo, cuando Isabel se percató del problema, habló con su padre, el rey, y le
dijo: “Señor, no soy feliz con el hombre que me disteis por esposo”. Él la
contestó: Señora, no os casé para que fueseis feliz, sino para haceros reina.
De vez en
cuando, hasta la corte inglesa, viajaba Roberto de Artois, primo de la reina,
para visitarla, llevar o traer correspondencia y también porque, en el fondo,
Roberto de Artois, estaba enamorado de Isabel, aunque el enamoramiento en él
era muy subjetivo: en el fondo, se sentía atraído hasta por el palo de una
escoba. Era un hombre grande, imponente, con una fuerza brutal, muy velludo,
sus músculos se notaban a través de las ropas, las mangas y los calzones
parecían prestos a estallar. Sudaba mucho, y su olor resultaba muy
desagradable, aunque no le temía al agua, pero... al comer en gran cantidad,
esencialmente carne de caza, su piel ya estaba impregnada de dicho “perfume”.
El de
Artois, tenía una fijación muy importante y todos sus actos giraban a su
alrededor. Cuando Roberto era aún un niño, su padre, Felipe de Artois, murió, y
su abuelo (Roberto II) antes de lanzarse a la batalla, testó a favor de Roberto
III (nuestro Roberto) pero... la hija de Roberto II, se apoderó del condado-par
con el beneplácito real. (Esto quiere decir que el condado llevaba aparejado el
título de par del reino; este título, sólo lo ostentaban los familiares del
rey. Había seis pares laicos y seis religiosos, sólo podían ser juzgados por
sus iguales, y portaban corona y armas delante de su majestad.
Estas
herencias siempre recaían en el sexo masculino, pero era tal el deseo de su
posesión, que... Mahaut de Artois, condesa de Borgoña por su matrimonio, e hija
de Roberto II, a la muerte de éste, convenció al rey Felipe el Hermoso, para
hacerse con el condado. Ella a cambio ofrecía a sus dos hijas, para que
contrajesen matrimonio con el segundo y tercer hijo del rey, y además cuando
Mahaut muriese, el condado pasaría a manos reales.
El
Testamento, con el codicilo expreso del condado para Roberto III, desapareció
de los anales reales. Había una copia que guardaba El Canciller-amante de
Mahaut de Artois (también fue Obispo de Arrás). Mientras ostentaba dichos
cargos continuó siendo el amante de Mahaut y mantenía una relación muy afectiva
con otra mujer del vulgo.
Roberto de
Artois, después de saludar efusivamente a Isabel, con gesto muy compungido la
comunicó, que sus hermanos, los tres, sufrían un ataque de cuernos. El mayor,
Luis, primogénito del rey, estaba casado con Margarita de Borgoña, reina de
Navarra, y con ella tenía una hija.
El segundo,
Felipe, (conocido posteriormente como Felipe V el Largo) había desposado a
Juana de Borgoña.
El más
pequeño, tomó por esposa a Blanca de Borgoña.
Haré una
fijación, para poder entenderlo mejor, Blanca y Juana eran hermanas y a la vez
primas de Margarita. Las dos primeras princesas, hijas de Mahaut de Artois,
primas y enemigas de nuestro Roberto de Artois
Ya más
relajado, la puso al corriente de la historia, las tres princesas, o al menos
dos de ellas, mantenían relaciones pecaminosas con dos hermanos, por supuesto
ambos casados; el mayor pertenecía a la casa de Roberto de Artois y el menor a
la del hermano del rey, Carlos de Valois.
Isabel quedó
tremendamente humillada, y con profundo rencor preparó una trampa donde sus
cuñadas iban a caer, como incautos pajarillos.
Seguiremos
en la siguiente entrada; esta se está alargando demasiado.
Besos.
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