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lunes, 26 de marzo de 2012

Monólogo actualizado de Doña Inés.



¡Ay Don Juan!, ¡Don Juan!
¿Qué hacéis en mis aposentos?
¿Hasta a mi dueña, comprásteis?
¿Con amor?, ¿con dinero? ¿quizá amenazásteis
su vida? ¿o la mía?..

Sabed infame, que cuando mi adorada madre
murió, mi amado padre, en su desesperación,
trató de librarme de los pecados nefandos
de la carne, del orgullo, del deshonor.

Encerrome en este claustro donde sólo
he aprendido, a obedecer, a asentir, a rezar
Y a sufrir, en silencio, eso sí.

Hasta estos altos muros, 
noticias nos han llegado
de vuestra gallardía y prestancia, Don Juan.

También sé que vuestras manos,
manchadas están de sangre carmesí
para aquél que os enfrenta
la muerte, es su destino.

Acariciáis a las damas, como ningún caballero
Aunque ellas no saben, cada rosa, tiene montones
de espinas, que se clavan, en el pecho, en las sienes,
En el alma...

 Habéis de saber don Juan
que vuestra conciencia soy
y nunca os dejaré.

Esta toca que cubre mi desnudez
Es mi toca, y mi toca no se toca.

Y ahora cruel doncel, si a eso
habéis venido,
tomadme, no me negaré

Pero... habéis de saber don Juan,
que desde el último concilio,
no existe el Limbo, ni el Purgatorio
y el Infierno, está aquí.

Generaciones deberéis penar
en este mundo cruel
donde pretendéis ser, la espada
que no se enfunda,
el orgullo del momento,
la vanidad de un loco
y el deseo insatisfecho que sólo
culmina cuando el amor,
es el pago del amor.

viernes, 9 de marzo de 2012

La moda, esa tirana (2ª parte)


Hola amig@s,

Continuamos con la moda absurda, incómoda, sucia y adorada de las pelucas.

Los ladrones soñaban con un espectacular robo donde el botín fuese al menos una peluca.

Los diseñadores, cada vez, ponían más empeño en conseguir una excepcional. Uno de ellos, aseguró que había conseguido un modelo con tantos rizos y pelo, que podría ser usada como capa en pleno invierno.

En los siglos XVII y XVIII, los hombres se afeitaban la cabeza, para encajar mejor la peluca. Su propio pelo servía para hacerlas. Aquel que no podía permitirse ese dispendio, se peinaba sus cabellos lo más parecido a una peluca.


El mantenimiento de dicho artilugio, no era barato. Al menos una vez por semana, se mandaba al peluquero. Este la ponía rulos calientes y con tenacillas al fuego iba dando la forma requerida.

Hacia 1.700 las pelucas tenían que estar con una capa de polvos blanca y se utilizaba harina normal para ello; pero en Francia por esas mismas fechas, varias cosechas de trigo se perdieron, y el hambre iba en aumento. La muchedumbre, sospechaba con razón, que la poca harina conseguida, era empleada para empolvar las dichosas pelucas, de la aristocracia. Los disturbios, fueron grandes y continuados, cada vez más sangrientos.

A finales de siglo, otro giro de la moda, perfumes en las pelucas y los polvos de distintos colores; rosa y azul eran los preferidos.

Normalmente estas se colocaban en un soporte y se las empolvaba, pero el súmmum de la elegancia se conseguía empolvándola sobre la cabeza de su propietario.

Y aquí tenemos al propietario de la peluca, con un paño sobre los hombros y el torso, y un cucurucho de papel sobre la cara, para no asfixiarse, mientras que un criado, armado con un fuelle iba empolvando la peluca.
 
Pero... los nobles, siempre en disputa, idearon otra forma distinta: cuatro ayudas de cámara debían lanzar los polvos de colores, mientras el señor giraba y giraba hasta que quedaba totalmente a su gusto, cosa difícil de conseguir.

Bueno, pues si un francés, necesitaba cuatro criados para tal menester, llegaron otros que necesitaban cinco, y si los franceses lo hacían de esa forma, los ingleses, no iban a ser menos. Llevaron especialistas de Francia, en cantidad para tal menester.

Y de pronto... sin saber como; las pelucas quedaron en el olvido. Los fabricantes, pidieron al rey que las pelucas fuesen obligatorias (ellos veían su ruina cerca) en la indumentaria de los varones. El rey se negó. De esas fechas queda la costumbre de usarlas en los tribunales británicos. Estas están hechas de crin de caballo y envejecidas con té.

Las damas tenían forma distinta de usar las pelucas. En un enorme armazón de alambre, trenzaban sobre él su pelo, mezclándolo con lana engrasada y crin de caballo. Conseguían unas alturas próximas al metro. Cuando viajaban en un carruaje tenían que sentarse sobre el suelo y, las muertes acaecidas por prenderse con velas ese conglomerado de materias diferentes, no fueron escasas.

Los peinados de las damas eran tan sofisticados que estas los dejaban sin tocar durante meses, excepto meter algo de engrudo para mejor fijarlo en la cabeza.

Dormían las señoras sobre una tabla que se ajustaba a su cuello, dejando rígida la cabeza.

Otro problema era la suciedad: como no se lavaban el pelo, larvas de todos los insectos pululaban entre los cabello.

El espanto llegó al límite cuando una conocida aristócrata, vio asomar entre sus rizos la simpática carita, uffffffffff, de un ratón, el cual había trasladado allí su madriguera. Sufrió un desmayo y el bebé que esperaba fue abortado.

Todo era factible de hacer: barcos entre olas, temas mitológicos, joyas y lazos. Cualquier cosa que aquellas mentes vacías pudiesen imaginar, era trasladado a su cabeza. 


 También fue la época de las pecas postizas, pero tantas se ponían que más que adornar parecían ir cubiertos de moscas.

Y rizando el rizo, depilaban sus cejas y las ponían postizas de piel de ratón. 


Este tema amig@s promete mucho, terminamos en la siguiente entrada


domingo, 4 de marzo de 2012

La moda, esa tirana

Hola amig@s,

Realmente las cosas en nuestro País no están como para tirar cohetes, pero una sonrisa alegra el gesto y hace felices a los que nos rodean. Por eso voy a continuar con los curiosos usos del pasado, por otro lado no tan lejano.

Si observamos la información que tenemos, bien reseñas, comentaros, pinturas, etc., nos damos cuenta de que la moda, era algo que inducía al ridículo además de una total incomodidad.

Lo poco práctico de la vestimenta, solía llevar un mensaje implícito: esas personas no tenían que realizar un trabajo físico; era algo así como el garante de la separación de clases.


Y eso era amig@s, lo que todas las culturas buscaban: una separación de clases, ser diferentes, aparentar poseer más, tener siempre alguien a quien mandar, ser superiores. Diréis ¿en qué? En estupidez, orgullo mal entendido, la supremacía de las razas, los colores de la piel; y voy a dejar ese camino que no me lleva a ningún sitio.

En el siglo XVI, se puso de moda el almidón. Los hombres generalmente, empezaron a usar una especie de pañuelos blancos, rectangulares, almidonados al máximo, que enroscaban en el cuello; tenían forma de lechuguillas escalonadas. El cuello tenía que estar recto. Para comer se inventaron unas largas cucharas, para llegar al plato sin doblar el cuerpo. Pero amig@s, qué disparate, cada uno quería tener una lechuguilla más grande.

Al doblar el brazo, no podían meterse el utensilio en la boca, vamos que no acertaban y además, es que no podían tragar con ese adorno apretado todo lo que podían; llevarlo flojo era un signo de dejadez.

Hacia 1.650, aparecieron los botones, grandes, pequeños, de todos los tamaños y colores, en ropa interior y exterior, con uso y sin él. Como una reliquia del pasado, conservamos, en las chaquetas de los varones, esencialmente, una fila de botones en las mangas, que son innecesarios, no cumplen ninguna función y los modistos o sastres, cada año van cambiando la cantidad; un año tres, otro cuatro y así vuelta a empezar.

Ya en 1663 un inglés llamado Samuel Pepys, se compró una peluca (ciento cincuenta años, duró esta moda, grosso modo). Su preocupación era si alguien se reiría de él al ir a la iglesia. Parece que nadie lo hizo... También le preocupaba que procediese el pelo de gente muerta por la peste, pero... eso ya deja de importar cuando quien nos gobierna es esa tirana: la moda.

Las pelucas las hacían de cualquier material, por supuesto pelo humano, crin de caballo, algodón, pelo de cabra, alambre y los modelos muy variados: coleta recogida, tirabuzones. Llegaron las pelucas a ser algo muy valioso. Tanto es así que se legaban en los testamentos. También cuanto más importante era una persona (por su posición) el tamaño de la peluca era más imponente. Así se veía hombres de escaso tamaño, donde la peluca podía ser el 50% de su altura.

Amig@, termino en la siguiente entrada este tema, os prometo que vais a reír a carcajada limpia.

Besos.